UMBRA, PENUMBRA Y ANTUMBRA / Jesus García Cívico

 

 

Cuando cae la sombra todos somos parte del espectro: visitando los espacios metafísicos de Rafa de Corral

 

Observada desde cierta perspectiva, es posible que la lúcida impresión –íntima y visible– de la transparencia de lo efímero sobre la opacidad de lo eterno constituya el motivo inquebrantable de la obra del artista Rafa de Corral. Se trata –si lo trasladamos al terreno metafísico– de la huella del tiempo sobre la existencia, del surco de lo sensible en los volúmenes del sueño, o, dicho de otro modo, de cierto efecto de lo leve en la voluntad (en la ilusión) de permanencia.

Las constantes temáticas del artista de Bilbao –espacios deshabitados iluminados bajo perspectivas a la vez plausibles e ilógicas, inquietantes topografías urbanas de verde ftalocianina y rótulo postmoderno bajo ciertos aspectos de una poética hiperrealista, perspectivas de la arquitectura del mundo desde una azotea física y metafórica, metonimias de la finitud y del vacío– se renuevan así a lo largo de una trayectoria muy coherente desde una dualidad (aquí trinidad: «Umbra, penumbra y antumbra») explícita en el rótulo de sus obras.

 

 La puerta del olvido / mixta sobre tabla montada/ 100 x 130 cm / 2024.jpg

 

Se observan en una arista del espacio-tiempo, en un paisaje que nos sobrevive donde, si el espectador aguza bien la vista, es posible distinguir junto a las huellas de los días en la materia (un ligero desconchado, la estampa de un charco, un vestigio de lluvia), en los espacios de sombras y de penumbra vital, la estela y la erosión de la propia conciencia de la vida.

Hay un oficio que desbarata el dictado del tiempo, una destreza que resuelve –en adivinados bocetos y estudios previos de un artista meticuloso–, la tensión arquitectónica y vital cargada de contrapesos y enigmas. Y esa calidad fantasmática vaticinada en horizontes (como fin o como metas: telos decían los griegos) misteriosos, al fondo de espacios fuera de la historia bajo cielos en procesos de cambio permite leer la obra de Rafa de Corral como «hauntología» en los términos que Mark Fisher tomaba de Jacques Derrida. Porque ser visitado por fantasmas (los espectadores-espectros que asistimos aquí y ahora a su obra) no solo es tener memoria de lo que no se vivió en presente (aquello que nunca tuvo la forma de la presencia) sino someter la huella del sueño en una perspectiva que une la imagen, la política y el psicoanálisis a la ciencia de lo fantasmal. Y, ¿no nos pensamos súbitamente finitos, excéntricos y no fundamentales en esta orografía de lo perpetuo?, ¿no irradia el arte, y no solo el cine, una luz allá donde la sombra cae sobre nosotros? Se descifra entonces la preferencia del artista por el crepúsculo, las nubes recortadas, la oscuridad anunciada, la desaparición de lo humano en el desierto del tiempo, la elevación de las formas en el silencio.

Y allí donde los puntos de luz unidireccional, los nuevos puntos cardinales, el bloque metafísico y otras constantes formales remiten la pintura de Chirico, allá donde en un plano anímico, la soledad de los espacios esquinados cursa correspondencia con las almas solitarias de Hooper (la incomunicación y el vacío), allá donde Tanizaki tematizó en su elogio de las sombras todo lo que confiere a los intersticios y al mundo umbrío un aire de hondo misterio, encontramos la original personalidad de la obra de Rafa de Corral, a la vez melancólica y arrolladora. Si para Jung, la sombra es un arquetipo del inconsciente colectivo y un aspecto oculto e inconsciente de la personalidad, para de Corral la sombra comunica –por buscar una aliteración cercana al título de esta exposición– el poético efecto de lo ligero en la reciedumbre del durar.

Las sombras se nos antojan así las hijas de aquella permanente embestida de lo tenue con las que comenzábamos a hablar y a caminar timbrando nuestra propio reflejo en los muros de la exposición que nos trae aquí. ¿No acompañaba también la sombra que Platón asoció a la ilusa percepción de lo real y que Jung ligó el lado oscuro, a la voluntad de poder del caminante de Nietzsche?

 

 El tunel de la percepción / mixta sobre tabla montada /50 x 50 cm / 2024 .jpg

 

Depositamos la vista en estructuras sobre las que parece haber cuajado un aire milenario y que encierran en lo más profundo el brillo de un utopismo estancado. Los paisajes desnudos han sobrevivido a lo humano o quizás éste habite bajo luces inquietantes al cobijo de la singular arquitectura de nuestro artista en rincones fantasmales de su personalísima metafísica de lo urbano. Hay elementos –las piezas de hormigón plegado– que parecen atraídas por la gravedad de un astro de luz mayor. Tampoco es descartable que nos hayan abandonado como parecen querer desertar del soporte las piezas que se elevan en la instalación a pared que nos rodea.

                                                                                                                

Observemos, pues, los juegos de luces, su impacto en los volúmenes, el haz colimado propio de una estrella desaparecida, sus sombras etéreas y sus oscuridades sutiles. Parpadeemos incrédulos en la onírica penumbra donde las piezas flotan con la sensación de que un futuro brumoso eclipsará un día la luz de nuestra vista sin que eso borre la ligera huella de nuestra existencia, de nuestra ligerísima presencia, en la orbe sensible de ese cuerpo celeste que es la Tierra. Mientras tanto, de Corral seguirá examinando la articulación entre lo visible y lo invisible, la inverosimilitud onírica de la tridimensionalidad –umbra, penumbra y antumbra– la liberación de las piezas paralela a una resolución estética: el lento, irrefrenable, aéreo desplazamiento hacia la abstracción desde lo figurativo.

Jesús García Cívico (crítico cultural)