El paisaje interior de Rafa de Corral. Elena Manteiga Montesdeoca.

A la obra de Rafa de Corral se la admira, aunque a su persona aún más se la quiere. Él es un ser cercano y generoso. En contrapartida, su obra es rotunda y, ahora más que nunca, rebosa madurez y plenitud. Pero, como él, su obra también es generosa, y sólo hay que acercarse y dejarse llevar libremente por la sensibilidad e imaginación para poder percibir auténticas vibraciones que emanan directas de nuestro interior. Acerquémonos y aceptemos esta invitación para viajar adonde el pintor y nuestra alma nos lleven.

 

Sobre su obra

 

A lo largo de su trayectoria pictórica, Rafa de Corral nos había mostrado como motivo principal de su obra la ciudad. Se trataba de una ciudad con unas particularidades significativas, como la ausencia de personas; era una ciudad de nuestro tiempo que, en un principio, era reconocible, con edificios y lugares concretos. Nos mostraba elementos del mobiliario urbano que estaban presentes y unos cielos por lo general de abundantes brumas que, por un lado, nos remontaban a los orígenes de su tierra natal y, por otro, reforzaban la inquietud y el sobrecogimiento del paisaje y nos hacían reflexionar o conmovernos con la soledad y el paso del tiempo en nuestro entorno urbano.

 

Obra de Rafa de Corral

 

Ahora, esta ciudad se va desnudando, se va desprendiendo de elementos formales para aparecer más austera y hermética; a la vez, sin embargo, desborda más energía y es más vibrante. La ciudad se ha transformado en otro escenario más concreto y, a la vez, se ha fundido con la naturaleza de nuestra era: la ciudad ya no está limitada ni acotada, se integra y pertenece al todo. Las composiciones de Rafa están marcadas por la línea de tierra que separa la figura –unos edificios de volúmenes rotundos casi escultóricos y de marcada geometría- y el fondo -un cielo perfecto y atemporal-, cuyo orden está sometido a la geometrización y al color. La evolución evidente en su obra nos muestra paisajes sobrios y soberbios cuyo estatismo es engañoso porque lo que en realidad se ha ido desnudando no es otra cosa que un paisaje interior donde algo está a punto de estallar.

Por ello, la tensión entre los opuestos es una constante de su pintura y gracias a ésta consigue mostrarnos la conciencia del tiempo en sí, que no es otra que su paso, irreparable y tajante. En consecuencia, podemos hablar de una pintura llena de conceptos universales sobre el paso del tiempo representado tanto en el conjunto de la obra como en los precisos detalles que, una vez son observados, nos llevan a admirar otra obra dentro del mismo cuadro. Otra razón más para acercarnos, detenernos y disfrutar del talento y el hacer pictórico del artista.

 

Sobre la obra de Rafa de Corral

 

  Quien conoce a Rafa de Corral o su obra intuye, si no lo sabe, que éste trabaja con la cabeza y con el corazón, con la técnica estudiada y la pasión desatada. Esta es su grandeza y la vemos en sus cuadros:  la estrategia y la emoción van de la mano consiguiendo un equilibrio mostrado a través del uso del color y las formas sin que uno pise al otro a través de un encuadre perfecto, fotográfico; un espacio pintado que, aunque irreal, somos capaces de reconocer en nuestro imaginario, y que quién sabe si para algunos se trate de una memoria del  futuro, si para otros del lugar de un sueño, para otros del de una pesadilla, un lugar abandonado o a punto de renacer, edificios ya pensados o inventados. En definitiva, paisajes sinceros, pero también complejos y abiertos a la interpretación del que quiere mirar.

 

Elena Manteiga Montesdeoca.

Gestora Cultural y Licenciada en Historia del Arte